Hace muchos años, escapando del calor del 31 de diciembre a la mañana, mi viejo agarraba el Falcón 221 color celeste y a sus cuatro hijos y a su señora y salía para los bosques de Ezeiza o para el balneario de Quilmes, tipo 10 de la mañana, y la familia se encontraba en esa mañana tomando mate y charlando de como le había ido a cada hijo en el colegio, como nos portabamos en casa, que íbamos a hacer el próximo año y como iban a ser las vacaciones. Regresábamos tipo dos de la tarde y almorzábamos unos sanguchitos de pan lactal con jamón y queso de máquina, mate y crush o mirinda.
Cuando me case se lo propuse a mi señora y ella accedió y todos los 31 de diciembre saliamos mientras estuvimos juntos a dar una vuelta por la costanera norte a charlar y a disfrutar de los chicos, con un almuerzo frugal y volviendo también a las dos de la tarde para dormir la siesta. Hacíamos un balance de como había sido el año y proyectábamos el próximo.
Hace unos años que está costumbre la repito con mis hijos dado que estuve primero separado y luego divorciado, y la que fue mi esposa respeta esa costumbre y mis hijos y yo la continuamos ya casi como un rito. El 30 se puede salir pero el 31 estamos los tres juntos caminando mirando flores o pajaritos o sacándonos alguna foto o lo que fuera, como hoy por ejemplo que los vi a los dos jugando a unos juegos en Puerto Madero con la inocencia y la mirada franca que me conmueven como nada en este mundo y me daban ganas de agarrar todos los relojes y hundirlos en el río para siempre.
Y como siempre nos sacamos algunas fotos y nos tiramos en algún lado ( hoy en unos sillones de un café de la cadena Starbucks ) mirándonos a los ojos y charlando sobre el año que se fue y sobre que nos espera o esperamos cada uno del que está por empezar y nos dejamos estar, cómodos, amables, tranquilos.
Las conclusiones siempre salen y son charlas sobre la vida, charlas que un papa divorciado puede tener con dos hijos de 19 y casi 16 años. Las alas que uno les quiere dar, el deseo que siempre hagan lo que sientan, y la aventura que un año nuevo siempre conlleva, es lo que hoy nos ha quedado.
Hemos tenido fines de año grises y bastante negros, hace dos años que el sol ya nos alumbra. Hasta los tiempos más tristes aportan algo, puesto que habiendo visto la oscuridad en nuestras caras, sabemos que estamos listos para que el año que viene nos tire con todo lo que tenga, que deberemos sacar la luz de dentro si es que afuera está oscuro. Y el camino se va a ir abriendo con nuestros pasos.
Hoy mirábamos las flores y comparábamos sus aromas en un parque , y hablábamos sobre cualquier cosa y se nos pasaron las horas.
Coincidíamos con mi hijo en pensar que todo absolutamente todo puede pasar, y aquí estamos.
Como dice un dicho popular que venga, le vamos a dar para que tenga, para que guarde y para que archive.
Como dice un español, ahora las tormentas son más breves, y los duelos, no se atreven a dolernos demasiado.
No somos más que nadie, pero tampoco somos menos, y tener eso claro es un punto de partida sólido
Hay costumbres que conforman el núcleo del disco rígido emocional de un hombre, esta la seguiré teniendo mientras pueda.
Las flores que uno ha sembrado largan un hermoso aroma en el alma y nos aseguran que seguimos más vivos que nunca con estos laderos de hierro, por mas que tengan 19 y casi 16 años.
La patria, decía un libro, tiene los límites de los corazones de la gente que uno ama y que a uno lo ama, nuevamente en este momento en que me recuesto a descansar habiendo dejado a mis hijos en la casa en la que viven con su madre, vuelvo a sostener que mi patria hoy son ellos dos, y que un acto de la patria es la salida de los 31 de diciembre por la mañana, alumbrando eneros entre charlas, scones, cafés y caminatas oliendo flores.
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