A las seis de la tarde la avenida 9 de julio a la altura de Rivadavia cambia de forma, o de rumbo. Ahí se dividen y ven las caras los que van escapando para sus casas en el sur y los que van escapando para sus casas en el norte. No cuento a los demás, en mi idea mental de enfrentamiento caben solo el sur y el norte, no conceptualizo al oeste, soy un tipo de extremos y el oeste me da la sensación de continente, el sur y el norte en cambio son conceptos extremos, de latitud, será que al este no hay nada mas que agua, quizá, y así para mi el oeste no tiene peso específico, es lo que no es ni sur ni norte. Los puntos fuertes son el sur y el norte, Yo voy a Palermo, que es el norte entonces, y punto.
El trafico va bastante lento, más aún luego de la Plaza de la República hasta Libertador, y sigue igual de lento por Libertador y luego Figueroa Alcorta, veo la facultad de derecho que tantas tardes y noches me vio pasar y abrigo en sus escalinatas a mi viejo y querido Renault 4s que mi abuelo me regalo cuando dejo de manejar y con el que hube de llevar a la madre de mi hijo al registro civil y que trajo a mi hijo recién nacido desde la clínica hasta mi casa.
Veo la vieja ATC ahora canal 7 o Televisión Pública con gigantografias progres donde antes había otras que no lo eran. Llego a la Avenida Sarmiento y llego a Plaza Italia y llego a Palermo, que se abre como una flor, siempre es lindo llegar a Palermo.
A esta hora veo a todo el mundo saliendo para sus casas, todas las personas ensardinandose en esas baguets de metal con ruedas, personas con caras que lo dicen todo, todo lo solas que están, todo lo vencidas que están, lo cansadas que están, y uno que por estar arriba de un auto parece que ve todo de afuera y no se da cuenta que esta en el mismo río, aunque sea en una burbuja acondicionada. Ese circo del que uno y la otra gente forma parte nos vende ilusiones de felicidad en forma de teléfonos celulares o gaseosas nuevas o vinos con gusto a fruta o profilácticos con sabor a frutilla o a chocolate, y la gente, y uno también, compra esa cultura del envase y del packaging y por unos segundos, cree que eso es o se parece a la felicidad. Y lo que ese circo fabrica no son justamente felicidades, ese circo fabrica soledades. Y hay miles y millones de soledades dispersas o amontonadas en ese río. La gente habla poco, hay rutina, gestos adustos, rictus de actitudes correctas, sonrisas de plástico. La sociedad esta jodida, y cubierta por un manto gris.Y uno piensa que en esta selva van a vivir sus hijos y desea con todas sus fuerzas que puedan superar este gris y que llenen sus vidas de colores.
Las luces se van encendiendo, llego al viaducto Carranza y busco donde estacionar. Una amiga entrañable vive a unas diez o doce cuadras y hace un mes que por una boludez u otra no logramos juntarnos a charlar ni a las diez de la noche, parece mentira.
El curso al que voy dura tres horas todos los miércoles y se trata de sesenta o setenta desconocidos buscando una veta para mejorar las relaciones humanas, y ninguna relación existe ni se entabla en ese ámbito, nadie sabe el nombre de nadie, a que se dedica, que piensa, somos solo eso, desconocidos, soledades. Todos en sus munditos individuales, solitarios, inaccesibles de modo tal que el de al lado no lo vea a uno permeable, débil, humano. Una mierda de sociedad, en la cual solo las sonrisas y los amores pueden salvarnos, donde hay que estar serios porque esta bien por mandato, y es justo al revés como se está bien. Porque lo que nos rescata como seres divinos son las sonrisas y los amores y no otra cosa.
A cuanto cotiza en esta selva barata del sálvese quien pueda un plato de comida caliente hecho con amor por unas manos de mujer ? A cuanto cotizan tus besos y tu vientre blando y tus muslos blancos ?
Me ha tocado ganar muchas veces, y muchas perder, y en algunas perder por goleada, y solo puedo afirmar con certeza que en soledad no se salva nadie. Eso es una verdad absoluta, y al recordar esto me vinieron las caras y las sonrisas de mis hijos, y vos y tus ojos para disipar las niebla que la sociedad nos y me tira encima.
Me había pedido un café en la vereda del bar de siempre, y me lo tome viendo como el viaducto escupía autos y colectivos abarrotados de gente hacia Belgrano. Ahora junto mis cosas y me voy a escuchar tres horas a una mujer inteligente y simpática en su pelea contra los molinos de viento, de esos vientos de smog, de soledades y de relaciones profilácticas y de sálvese quien pueda, que soplan para que no se salve nadie.
Miro la hora, se me hace tarde, saludo al muchacho del bar y le dejo el dinero del café, mas el diez de propina, como siempre.
Y me voy, solo, me voy.